Sí, lo reconozco, no puedo evitar hablar de él, pensar en él y darle vueltas y vueltas a algo muy extraño. Ese caparazón contiene un corazón. Sí, tengo que admitir que algo se me remueve dentro cuando cruzamos nuestras miradas, cuando las palabras fluyen y crean conversación, cuando me tiemblan las piernas cuando me roza sin querer o queriendo, cuando pasamos horas hablando escribiendo letras en un ordenador que en realidad funcionan en código binario y no son más que números. ¿Tanto se me nota? Puede ser, la verdad es que no me importa que ellos lo sepan, lo que me asusta es que él pueda percatarse de ello. No sé que pasaría. Pero de momento... me toca vivir y sonreír.
Cualquier pregunta que pueda formularse le corresponde una respuesta obvia.
FFM
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