viernes, 7 de mayo de 2010

El diario de una chica blanca... (III)


Se despertó con un olor de tostadas que venía de la cocina. Se puso la camiseta que estaba encima de la silla y con eso y sus braguitas se fue dirección de dónde provenía el olor. Allí estaba, también con camiseta y calzoncillos.
-“¿Cómo te encuentras hoy?”
-“Mejor que hace unos meses, pero aún no consigo olvidarme de ello…”
-“Tranquila aquí estás protegida.”- sonrió tímidamente.
Ella le abrazó, le miró y le besó.

Desayunaron viendo las noticias, el IBEX 35 caía, la guerra en los países musulmanes seguían, y el mejor equipo del mundo estaba en cabeza en la liga…
Se duchó, se visitó se peinó y la esperó. Salieron de casa a comprar al centro. Una xixa con tabaco de melón, unos cuantos carboncillos, una cajetilla de tabaco, 3 camisetas, unos shorts i unas nuevas bambas.

Entrada la noche ya habían cenado, miraban la televisión hasta que los oídos se quedaron sordos. Puso la mano encima de la suave barriga, acariciaba ese pequeño ombligo que a ella no le gustaba para nada pero que sin embargo a él le parecía muy sexy. Ella le cogió la mano y le miró. Él la entendió sólo con la mirada. Él dejó descansar su mano sobre su barriguita y ella hizo lo mismo. Allí en el sofá la tele funcionaba pero no tenía vida, sólo ellos dos existían en ese momento. Ella apoyó su cabeza en el hombro de su chico. Este la cogió de la mano, jugaron al escondite con las manos, una buscaba y la otra se escondía y al encontrarse, los labios se juntaron, suavemente ella le beso, suavemente él la besó.

Sentían la respiración como si de ese sólo aire se tratara. Los labios jugaban a ser los más dulces, las lenguas se buscaban, suaves roces que hacían poner la piel de punta, la piel suave intercambiaba la temperatura, ella le quitó la camiseta, pasaba sus labios por el suave torso, las manos acariciaban las piernas e iban subiendo a lo prohibido. Se acercó al cuello con pequeños besos, hasta llegar a la oreja, sentía la respiración de la mujer a la que amaba tan solo a unos milímetros de él. Ella sólo se quitó la camiseta quedándose igual que él. La mano izquierda ascendía por la suave piel mientras los labios jugaban entre sí, acarició el pecho derecho, ella respiró profundamente y se sentía tremendamente excitada, le pellizcó el pezón y acercó sus labios para besarlo, lo mordió suavemente, le encantaba notar la textura de algo que era tan especial y tan sensual. La mano descendió hacia abajo mientras ahora las lenguas jugaban al escondite, llegó a la parte más especial del cuerpo, un lugar dónde se concentraban todas las sensaciones, lo acarició, sentía su respiración, el corazón cada vez más rápido. Lo besó, ella disfrutaba mientras él pasaba su suave lengua por el pequeño clítoris, un dedo entraba rozando el punto G de ella. Cada vez se sentía más excitada, rebosaba de temperatura y sólo pensaba en él.

Dejó de besarle el clítoris para besarle la barriga, el pecho izquierdo jugando un instante con el pezón, el cuello, la mejilla y finalmente los labios. Ella le bajó la única prenda que quedaba y mientras lo acariciaba le susurró “quiero que lo hagas…” él la cogió en los brazos, se la llevó a la cama, la estiró, le abrió las piernas, le besó el clítoris, le besó los labios y ella suspiró. Poco a poco fue sintiéndose mujer. Él y el tacto hacían que ella gozara, se excitara aún más, que el corazón le fuera cada vez más rápido, entonces ella sintió cómo a él le pasaba lo mismo. Sin decir nada la nítida insonoridad del placer causo la ira de un especial Neptuno. La sábana cubrió ese pequeño dibujo y el crepúsculo tormentó aullentadas borrascas.

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