martes, 4 de mayo de 2010

El diario de una chica blanca...


Se levantó esa mañana con un dolor de espalda inaguantable, tenía un montón de marcas por todo el cuerpo. No podía casi ni moverse. Las piernas a penas respondían a los movimientos que mandaba el cerebro, la columna vertebral no respondía a ningún pequeño gesto de curva hacia delante, los brazos no llegaban a alcanzar la ropa del suelo.
Respiró profundamente intentado recordar la noche anterior pero ciertas lagunas inundaban su memoria.
Observó a su alrededor, era su habitación, sus muebles, sus joyas, sus libros. Sabía que no estaba en lugar extraño pero sin embargo se sentía como sí lo fuera. Levantarse de la cama costó una media hora interminable, las piernas temblaban, el cuerpo tiritaba de frío, los ojos se abrían lo mismo como si un rayo de sol le diera en la cara.
Cogió la ropa que tenía en la silla con apenas fuerza y se fue dirección al baño. Allí encendió la luz con un pequeño resentimiento de los ojos, cerró la puerta, dejó la ropa y se miró al espejo. Su cuerpo estaba ensangrentado, lleno de moratones. La expresión facial cambió de golpe. Se lavó la cara intentando entender qué había ocurrido pero no podía recordar nada. Se puso en la ducha, el agua caliente rozaba su aspero cuerpo volviéndole la piel fina cómo la de un bebé. Se enjabonó mientras el agua seguía corriendo y finalmente se enjuagó voluntáriamente. Cogió la toalla y se la pasó suavemente por todo el cuerpo, le dolía el simple roce. Se vistió como pudo y volvió a mirarse al espejo. La cara había mejorado pero los moratones no habían desaparecido.

Salió del baño y bajó la cabeza con mirada sumisa. Se abrió la puerta de la cocina y se escuchó:

- "¿Ya te has despertado?"










...continuará...

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